Venezuela ha sufrido muchas tragedias y de diversos tipos, unas como consecuencia de la acción de la naturaleza y otras por fallas humanas y/o institucionales. Son muchos los terremotos ocurridos, el más emblemático el de 1812 en el que murieron entre 10 mil y 20 mil personas; el Incendio de la planta termoeléctrica Ricardo Zuloaga, conocido como la tragedia de Tacoa, en Arrecife Estado Vargas en 1982, donde murieron 180 personas; el llamado caracazo de 1989 significó una tragedia para el país, cuando fueron masacrados centenares de venezolanos; el terremoto de Cariaco de 1997; el deslave de Vargas 1999 con miles de fallecidos; los innumerables accidentes viales, los aéreos y los accidentes laborales, siendo el más reciente la explosión de la refinería de Amuay de 2012 en la que murieron 42 personas. Estas y otras tragedias enlutaron a todo el país.
En días pasados un buen amigo, Ildemaro Cardozo, coordinador de la Unidad de Acción Social, Sindical y Gremial de Venezuela, decía en nuestra reunión ordinaria de los lunes, que había que caracterizar la actual situación del país como una tragedia nacional, pues es así, esta es una palabra que resume la gravedad de la crisis nunca antes vista. Ésta es quizás la mayor tragedia, porque a diferencia de otras, la actual lleva varios años y afecta en forma directa a todos los venezolanos, claro que con sus excepciones, sólo una minoría conformada por los enchufados, las mafias y los nuevos oligarcas no la sufre.
Pareciera haber ocurrido un terremoto que arrasó con todo el aparato productivo nacional, que indujo la más alta inflación del mundo (240%) y una de las recesiones más profundas del planeta (-10% del PIB), que llevó a 13.500 millones de dólares las reservas internacionales, a un déficit fiscal de 20 puntos del PIB y a una grave sequía de divisas que ha reducido drásticamente el comercio de exportación e importación, paradójica y vergonzosamente, Venezuela es el país del continente con el más elevado gasto en compras militares y uno de los más altos del mundo; es el país más corrupto del continente y durante el 2015 el hampa asesinó casi 28 mil personas. Un Estado, que debería ser garante de los Derechos Humanos, se ha convertido en el principal motor de todos los delitos, no sólo los tradicionales como el tráfico de influencias, el despilfarro, la corrupción, sino que direcciona el narcotráfico, el crimen y la violencia organizada, la masacre de Tumeremo es una tragedia intrínseca del Estado criminal.
También es una tragedia la cantidad de niños y ancianos que mueren por falta de medicinas, o personas que sufren infartos o crisis hipertensivas en las gigantescas colas para comprar comida o por fallas eléctricas, o por el estrés que produce la falta de agua, el desastre del transporte público o los grandes chiqueros producidos por la basura en las grandes ciudades; además, el salario de los trabajadores se pulveriza frente a la escasez y la especulación, el desempleo y el empleo precario se acentúan y se deterioran todos los signos de la convivencia social. En fin es una larga lista de problemas que no nos alcanza el espacio para nombrarlos. Todo el mundo sabe que es una tragedia irradiada por el régimen a todo el país, ellos la niegan y si la reconocen, pues entonces la culpa es de otros, como si fuesen otros los que gobiernan.
Pero es reconfortante que esta tragedia global esté llegando a su final, ya hay una hoja de ruta que todos impulsaremos, se acerca el tiempo del cambio de gobierno y de política, claro está, como toda tragedia dejará secuelas, que en forma progresiva se irán resolviendo, pero lo fundamental es salir del actual régimen autoritario, despótico y corrupto y sustituirlo por un Gobierno de Unidad Nacional, amplio, plural, democrático y representativo de todos los sectores sociales y políticos del país, el cual deberá adelantar un Programa de Emergencia consultado y consensuado, formulado desde la perspectiva de los intereses nacionales y populares, bajo la premisa de que sin los trabajadores y el pueblo no hay salida democrática ni progresista a la crisis del país.
Ing. Golfredo Dávila
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